UA-67133534-1 Livesmiling.: Mirar de frente.

14 de febrero de 2013

Mirar de frente.


                       “Solidarios hoy, pues todos seremos ellos mañana.”

Bip. Bip.

-Por fin. Ha tardado dos días en contestar – comentó Adrián a su compañero, mientras miraba la blackberry por debajo del pupitre.

-Algún día te quitarán la BB, deberías bajarle el volumen – contestó Carlos, siempre atento a la explicación de la profesora.

-Aunque lo oigan creerán que es un reloj, me he descargado ese tono específicamente.

-Adri, estamos con las derivadas, deberías atender…

Pero Adri ya no escuchaba a su compañero, Alejandra le había escrito y era lo único que le importaba en ese momento.
Él era el típico pasota en clase que fumaba un cigarro a la salida para que todos sus “colegas” apreciasen su hombría, su gran concepto de hombría…

Ese viernes había salido al pub con sus amigos para emborracharse.
Entonces vio a una chica sentada en uno de los sillones del local. Despedía elegancia en cada gesto, y llevaba un vestido blanco roto con detalles en negro.
Decidió acercarse a ella y hablarle.
Se hizo el interesante, incluso fingió ser un buen estudiante. Quería algo con ella y aquel viernes no lo había conseguido, eso despertó el deseo del chico.
Cuando llegó a su casa le escribió: “Se me ha olvidado decirte que ibas preciosa.”
Llevaba dos días esperando alguna señal. Esa chica no era como las que le rodeaban. Alejandra se hacía valer.
“Y a mí se me ha olvidado decirte, que sé quién eres realmente y que no sé por qué intentaste mentirme. Si te avergüenzas de ti mismo deberías plantearte cambiar.”

¡Qué mal! Había mucha gente en el pub y seguro que alguien le había reconocido. Tantas peleas en el Albaicín y ganarse el respeto en Granada, le estaba pasando factura.

-Señor Ruíz -  de repente Adri despertó de su ensimismamiento para darse cuenta de que la profesora de matemáticas le miraba -  Es la tercera vez que le llamo. Haga el favor de atender a  lo que la directora viene a decirnos.

Había entrado la directora y ni siquiera se había dado cuenta…

-Vengo a deciros que el colegio ha comenzado una nueva actividad OBLIGATORIA – dijo alzando la voz – que necesitaréis  para aprobar la asignatura de proyecto integrado. Consistirá en ir a ayudar a personas de realidades y generaciones distintas a la nuestra. Los grupos serán asignados por los profesores, no se admitirán quejas.

                                                            *      *       *

Martes.

 Allí estaba él, en el barrio de Almanjáyar,  alrededor de una mesa camilla viendo cómo una anciana contaba lo poco que recordaba de su vida, la cual, si mal no recordaba, se llamaba Dora.
Le había tocado el grupo de las “empollonas”. Jamás había hablado con ellas, la situación estaba siendo incómoda, y ahora tendría que estar todos los martes con ellas.

Proyecto le parecía una asignatura inútil…, pero hacía media.
Al lado había un piso de menores, en el que los niños que no tenían un ambiente adecuado para concentrarse iban allí a estudiar. Hubiera preferido que le tocase esa realidad, al menos sería más entretenido.

Por fin acabó la hora y salió disparado de aquel lugar.
Aquel era un barrio problemático, incluso vio cómo la policía registraba a unos niños que no tendrían más de 12 años. Nada se parecía a lo que él vivía cada día.
Chocó y alguien cayó al suelo, pero no se paró a mirar, simplemente dijo perdón en voz alta y siguió su camino.

-Debí suponerlo – oyó detrás de él – Creerás que aquí la gente es así como eres tú, pero estás muy equivocado, hasta tú destacas entre los niños más problemáticos del barrio por tu mala educación.

Su voz. Era ella. Se giró y la vio allí en el suelo, sin maquillaje ni vestidos. Era guapa, realmente guapa.
Pero entonces recordó que ya sabía que le había mentido esa noche. Necesitaba guardar las apariencias por si esa chica decidía contar algo y sus amigos se enteraban que se estaba ablandando con ella.

-Llevaba prisa – dijo, sin acercarse a ayudarla a levantarse.

- A veces me pregunto cómo es tu vida fuera de tu caparazón de niño malo.

No le gustaba pensar en ello… Su madre era profesora y quería ver en él a un niño ejemplar del que presumir. Su padre casi siempre estaba trabajando y, cuando volvía solo se preocupaba de preguntarme si había estudiado. Eso a él, le molestaba, quería que le dejasen en paz.

-Eso a ti no te importa - dijo Adri con desdén.

-Lo suponía… ¿Me acompañas a aquel portal? – dijo Alejandra señalando al edificio de donde Adri venía.

Dudó. Estaba cansado pero, ¿qué podía hacer si no?

-Vale.

-Y se suponía que tenía prisa… -  murmuró Alejandra.

Entraron en el piso de menores que había en frente de la casa de Dora.
Todos los niños corrieron a abrazar a Alejandra, era increíble el cariño que mostraban aquellos gitanillos. Su hermano pequeño siempre estaba con el portátil y mucho era si levantaba la cabeza a saludarte.
Al cabo de cinco minutos, después de contarle las anécdotas del día, los niños volvieron a sus quehaceres menos una, que aún agarraba la mano de ella.

-Hola Elo – dijo con una sonrisa Alejandra.

-Maestra, hoy solo tengo que hacer mates – dijo. Tendría unos once años y tenía una pierna ortopédica.

Sonreía, una enorme y preciosa sonrisa. Era feliz, tal vez aquella niña era más feliz que él aún en la situación que vivía.

Pensó cómo sería su vida sin una pierna. Bajó la mirada.

Supongo que todas las personas hacen eso. Bajan la mirada y siguen con su vida. Alejandra no. Ella miraba a la niña sin miedo, sin sentirse azorada por pensar que Elo jamás tendría la vida de los demás niños de su edad.

-Quiero que hables con alguien – dijo Alejandra mirándole directamente a los ojos. Su mirada era serena
pero firme. Se veía que era una chica madura y adelantada para su edad.

Entramos en una habitación en la que había un chico moreno con un libro abierto. Estaba tan concentrado que Alejandra tuvo que tocarle para que se diera cuenta de nuestra presencia.

-Hola Jonh, ¿qué tal? Este es mi amigo Adri, tiene 17 años como nosotros.

Entonces Jonh se levantó. Tenía mi edad, pero con sus rasgos parecía mucho más mayor;  era como si
la vida ya le hubiese enseñado mucho más de lo que debiera.

-Hola Alejandra, estoy bien, repasando para el examen de mañana.

-¡Qué bien! – no lo había dicho por decir, se alegraba de verdad de que aquel niño estuviese estudiando, se le veía en la cara. Adri lo hubiera dicho simplemente por cumplir – Jonh, ¿te acuerdas de lo que me contaste el primer día que vine?

-Claro.

-Necesito que le cuentes lo mismo a mi amigo Adri. Por favor.

Me miró. Era un chico serio, o más bien era un chico que sabía comportarse según la situación exigiese. Antes de que me diera tiempo a analizarle más comenzó a hablar.

-Supongo que tu vida se reduce a preocuparte por el “qué dirán” – al parecer él también se había fijado en mí. – Pero bueno, Alejandra no te ha traído hasta aquí para hablar de ti, sino de mí. Nací y vivo en Almanjáyar, mi madre murió cuando era pequeño. He crecido rodeado de gente que no estudia e incluso mi propia familia me incita a dejar de estudiar. Cuando presento mi curriculum tengo que cambiar mi dirección, porque si no lo hago ni lo miran. A pesar de todo, quiero salir de aquí y cambiar mi vida, lucho por algo más, algo como lo que tú tienes todos los días.

Bajé la mirada.

Me avergonzaba de mí mismo. Su madre había muerto, mientras yo me encontraba un
plato de comida preparado por la mía. Aquel chico luchaba por lo que yo había tenido toda la vida. Además, no solo los que leían curriculums tenían prejuicios, incluso yo los tenía con la gente de aquel barrio…
Salimos del piso y me encontré con la puerta de Dora.

Hacía tan solo una hora me había comportado como auténtico niñato. Admiraba a Alejandra, su capacidad de solidarizarse con los demás, por muy diferente que fueran a ella.
Toqué al timbre dispuesto a enmendar mi error.

Esta vez no bajé la mirada, miré de frente.


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