UA-67133534-1 Livesmiling.: octubre 2021

16 de octubre de 2021

Supongo que yo soy de las que prefieren romperse. Como si cada cachito separado fuera difícil de romper más. "Ya no hay más dolor que éste" así que, comprobémoslo cuanto antes. Y aquí me hallo, rota y repartida, un puzzle de esos de miles de piezas. Si alguien quisiera entretenerse en armarme y colgarme en su cuarto, se decepcionaría al descubrir que me faltan trozos. Y lo malo es que sólo te das cuenta al final, cuando ya es demasiado tarde para no empezar.

Y ahí estás, construida y rota. Supongo que ahora entiendo a los artistas y su habilidad para pintar cosas rotas. El arte se parece a la sensación que causa un volcán. Si lo piensas en frío, te da pena toda la destrucción que causa, pero en el fondo te conmueve la belleza de esa tinta roja. Y es que el arte nace de esas grietas, que sangran, de personas construidas-rotas, esa tristeza bella.

Normalmente las personas no son masocas. No quieren que les hagan daño. Pero un artista, en un fondo que no tocará ni verbalizará, lo busca. Busca ese martillo que destruye un cristal, que raja una piel. Ya tiene tinta. 

El arte es tan egoísta que sólo así te encuentra. Porque cuando tienes tiempo de pensar en otra cosa no le interesas. Sólo así, sangrado y malherido, pensando en sobrevivir, como si ese cuadro, libro, poema, letra fuera tu único antídoto. 
Por eso los artistas se refugian en la música, los museos, los libros... Para sentir que su dolor no es tanto. Ese mal de muchos. Tontos.

¿Cuántas letras puedo sangrar antes de apagarme? Ahí está la cuerda floja, el equilibrio entre crear o caer. La línea de vida en este juego se define por saber cuándo parar. Cuándo buscar el hilo y cerrar la herida. Tengo tantas heridas que creo que en alguna ocasión usé ese hilo del que tanto se habla. Ese que te une a tu alma gemela. 

Por lo que, generalmente, las personas que se consideran artistas podrían definirse así: rotas, piezas perdidas, sangrantes, masocas, heridas. Si lo piensas en frío da pena, pero si ves su creación, les tiendes un martillo. Volcanes.

Siempre he pensado que hay dos tipos de personas. Y yo siempre quiero ser la otra. Porque el inconformismo es una forma de vida. Una filosofía. Si pudiera sentarme en un sofá mullido o uno lleno de clavos, seguro que echaría de menos los clavos. Porque mi cerebro es una centrifugadora, se mide en revoluciones por minuto. Y cuanto más rápido va, más precipita. Porque caer es la única manera de sentirse seguro. O eso pienso yo, que siempre estoy mirando al precipicio. Crear o caer.

Cara o cruz. Dicen que si lanzas una moneda, antes de que caiga sabrás qué quieres. Yo antes de que caiga sabré que echaré de menos algo de la otra cara. Las decisiones tienen eso. Lo único seguro es que siempre se pierde algo. Y de ahí las piezas que no encuentras. Puzzle incompleto.

Y de ahí los falsos rellenos. Como si aguantar la respiración fuera a acostumbrarte a la sensación de falta de aire en un ataque de pánico. Como si un balón o una mancuerna pudiera sustituir los recuerdos. Los hobbies parecen cómodos, pero siempre tapan agujeros incómodos. Siempre parecen perfectos para esa persona. Normal, si es justo la pieza que le falta. Todos guardamos el secreto y lo hablamos bajito, porque si alzamos la voz podría entrar en resonancia. 

Siempre he pensado que guardamos secretos porque creemos que así somos más bellos. Como si fueras una caja y sólo si guardas cosas dentro puedes envolverte de papel colorido y ponerte un lacito. Mírame, tengo algo dentro, algo especial, ábreme. Lo bueno de guardar bien los secretos es que puedes convertirte en objeto de coleccionista. Nunca te abres porque así vales más. 

Como las personas que apuestan mucho dinero por contenedores abandonados. Creyendo que valdrá la pena. Por eso es bueno mantenerse ahí, a la expectativa. Sin abrirnos. Que suba la apuesta. Porque nuestro cerebro es un optimista y un cachondo que tiene el don de imaginar todo mejor de lo que es. Y nadie quiere decepcionar, así que compra el papel más bonito, los filtros más bellos, la camiseta más cara.

Estamos rodeados de juicios. Tantos, que es inevitable ser condenado culpable en algunos. Y así andamos, bailando al son de las cadenas que arrastramos. Nos parece normal y armónico. Porque hacen falta 21 días para coger una costumbre. Y estas cadenas llevan siglos con nosotros. Demasiado maquillaje. Demasiado delgado. Qué poco pecho. Qué falda más corta. Poco pelo. Demasiado atrevida. Qué tímido... Y todos bailamos. O vemos el fútbol. Que nunca nos quiten la pelotita, vayamos a que alcemos la vista. O la voz y entren en resonancia las cadenas.

Pero igual que condenados, nos gusta vestir toga y martillo. Y si queréis conocer a alguien, sentaos a escuchar cómo ejerce de juez. Porque lo que Juan dice de Pedro... Y porque es mucho más fácil hablar en tercera persona que de uno mismo. Es como ver una película romántica y llorar cuando se separan los protagonistas. Cuando no eres capaz de llorar por tus propias perdidas. O criticar la capacidad de otros para hacer algo diferente, cuando en tu yo interno desearías ser tan valiente. Siempre he pensado que la crítica es la expresión del deseo reprimido. 

A veces, fantaseo que tengo un accidente. Nada importante. Pero todos vienen a verme y preguntarme cómo estoy. Anhelamos tanto ese interés. Porque hay dolencias que no se ven, son como el cáncer. No dan pena hasta que los ves sin pelo. Menos mal que no tengo maquinilla. Ahora luzco melena. Dicen que adorna. Porque como habíamos dicho, adornarse es importante.