Desde aquel día me preocupé por construir unos cimientos que fueran míos y de nadie más. Tenía tanto miedo de quedarme desnuda de nuevo, de no reconocerme en mis actos. Siempre el miedo. Ese viejo amigo. El miedo mueve montañas, y también las construye. Y me construí una, que se llama Kuka y nada más. Creía que así sería feliz, que había salido indemne, que había conseguido llegar a la cima tras tanto dolor, tanta pena por mí. Pero las heridas grandes dejan cicatrices.
Mi cicatriz rodea mi montaña, me aísla y me cuesta crear puentes para compartirla. Ese es mi daño, tener miedo a que me vuelvan a robar. Mi Kuka soledad.
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